Recapitulación de los estadíos del alma de un hombre de la modernidad

Se encuentra el hombre ante el mundo. Este le presenta posibilidades y obstáculos, experiencias e impresiones que se reflejan en su interior. Se siente parte del mundo: A la vez integrante y entidad independiente.

Acumula impresiones y experiencias y las analiza con su razón. Reconoce en ellas relaciones. Busca un orden y un sentido que fortalezcan su integración con el mundo. Descubre en las relaciones valores y escalas que puede aplicar a sí mismo y a través de su actuar, imprimir en el mundo.

En la interacción con el mundo y la colaboración con sus semejantes, corrige, refina, profundiza y expande sus ideas, sus valores, su comprensión de sí mismo y de lo que lo rodea. En el aparente caos encuentra un orden. Gracias a su razón puede definir este orden, comunicarlo a sus semejantes y dar valor a sus acciones en pos de una armonía común.

Encuentra en el proceso de descubrir, elaborar y compartir una gran alegría que lo acerca al mundo, a sus semejantes y que justifica su existencia. La idea de completar el proceso lo llena de entusiasmo: Posee los medios para alcanzar la felicidad!

Pero al reflexionar sobre el carácter de la participación en el orden le surge una duda: ¿Cuál es su significancia como entidad independiente, como individuo, en la totalidad de un orden perfecto?

Desde este nuevo punto de vista siente cómo su existencia se vuelve insignificante. El no es más que un detalle; un accidente finalmente irrelevante ante un orden total, perfecto, infinito.

El choque de este sentimiento con la alegría anterior abren un abismo.

Intenta rescatar las fuerzas que se desvanecen:

Es más, ahora duda de sus valores, de las experiencias e ideales que lo condujeron a este punto. El dolor de la pérdida se convierte en vergüenza por su ingenuidad. Se siente engañado y ve en la conformación del mundo una burla cruel. Se dice que al menos puede mantener su integridad ante la humillación y se ocupa de sí mismo por sobre todo lo demás. Se da cuenta de que el único proceder razonable es maximizar su satisfacción durante el tiempo que tiene, y si bien esto finalmente también carece de sentido, al menos le da un propósito a su existencia vana y lo distrae del vacío.

Sus semejantes ahora le provocan asco: Mayormente ve una masa ingente, incapaz de reconocer la inconsecuencia de su propia existencia; Ve en su actuar el despliegue de toda clase de variantes de autoengaño que no logran otra cosa que degradarlos aun más. Unos ruegan por un amo que los releve de los cuestionamientos y de sus consecuencias. Otros se aferran al pasado esperando que la inercia los conduzca. Aquellos se intoxican con ilusiones vacías, soñando el futuro viviendo en el letargo. Peor aún le resultan los “grandes benefactores” que disfrazan su cobardía con sus “acciones productivas”, u ocultan su miseria cínica en planes y modelos inescrutables, sembrando confusión, perpetuando el engaño y las falsas esperanzas. Ocasionalmente algún canalla le despierta el interés ya sea por su eficacia o por la transparencia de sus motivos.

El tiempo templa un poco su revulsion. Los distintos roles y la variedad de reacciones le resultan también inconsecuentes ya que el abismo sigue ahí, inamovible.
Aunque trate de distraerse, no desaparece.
Aunque lo ignore, no desaparece.
Aunque lo niegue o lo maldiga, no desaparece.
El vacío lo espera y no se contenta con ninguna ofrenda, lo quiere a él.

Pero también nota que durante toda su espera el abismo jamás le forzó la mano. Sin importar cómo llegara a comportarse el siempre pudo decidir. La libertad, al igual que el abismo, nunca lo abandonó.
¿Y no es acaso esta libertad la que permite que sus actos sean únicos, originales?
¿Qué su participación en un orden total pueda llegar a ser irrepetible, irremplazable, significativa, necesaria?

A el, una criatura envilecida jamás lo privaron de de su libertad.
A él, una criatura débil, egoísta y destructiva, le confiaron incondicionalmente la capacidad de obrar como desee.

Y si él tiene esta capacidad, y sí solo puede darse aquello que se posee, el principio que lo creo también debe ser libre.
¿Qué clase de motivo puede impulsar a semejante entrega? Su razón no le alcanza para comprenderlo.
¿Será posible que este mismo motivo, al igual que la libertad, se encuentre también en él?
¿Que él mismo tenga las capacidades del principio creador?

¿Es posible que el vacío que nunca lo abandonó ni le impuso condiciones, lo haya estado esperando, ofreciéndose para que él pueda ejercer, en él, su libre capacidad creativa?
¿Qué lo necesite… ?
¿Qué lo quiera… ?

¿Puede ser que el motivo de la inquebrantable espera, de la incondicional confianza, de semejante entrega, sea lo que algunos llaman amor?
¿Una noción que no podia percibir, que no hubiera podido reconocer, que no podría haber cobrado significado sin haber vivenciado el terror existencial?
Un ideal, al que él también ahora puede aspirar y que le permita pasar de existir, a ser, en verdad.

Genealogía